Cecilia de la Vega

LA CONDICIÓN HUMANA DE LA MUJER de Charlotte Perkins Gilman

Trad. Cecilia de la Vega

Una mujer a la orilla de la corriente

Es para él una esposa y sirviente

Y no es nada más.

Hemos cometido errores, tan viejos como la humanidad, respecto al mundo, y respecto a las mujeres. Primero, en cuanto al mundo:

De él asumimos que era un gran campo de batalla para que los hombres lucharan; un lugar para la libre competencia, repleto de infinidad de personas cuyo modo natural de vida era luchar entre sí por la existencia.

Esta es la mirada individualista, y es sin lugar a dudas masculina.

Los varones son en esencia individualistas —nacidos para distinguirse y competir—; y un mundo exclusivamente masculino debe ser individualista y competitivo.

Nos hemos equivocado. La nueva filosofía social reconoce que la sociedad es una forma de vida ordenada, con sus propias leyes de crecimiento; y que quienes la integramos, como individuos, solo vivimos como partes activas de la sociedad. En lugar de aceptar este mundo de guerras, enfermedades y crímenes, de pobreza y agonía vergonzosas e innecesarias, vemos ahora, como algo natural y justo, que todos estos males sean eliminados, y nos proponemos eliminarlos. La humanidad se está despertando, está comenzando a entender su propia naturaleza, está comenzando a enfrentar un problema nuevo y posible, en lugar del enigma oscuro del pasado.

Segundo, en cuanto a las mujeres:

Nuestro error acerca de ellas fue muy extraño. Todavía nadie sabe cómo ni por qué se cometió; y sin embargo allí está; una de las metidas de pata más colosales de la humanidad. Frente a toda la creación, en la cual se advierte que la hembra a veces es bastante autosuficiente, a menudo superior, y siempre igual al macho, nuestra especie humana instauró la “teoría androcéntrica”, que sostiene que solo el hombre es el prototipo de la especie; y que la mujer es “su hembra”. En lo que el “Sr. Venus” describió como “el orgullo pernicioso de su juventud”, nuestra humanidad en ciernes se distinguió por desacreditar a su madre. “Eres una hembra —dijo el hombre de la Antigüedad—, y eso es todo. ¡Nosotros somos el pueblo!”.

Esto es el alfa y el omega de la vieja idea acerca de la mujer. Solo se vio en ella el sexo, no la humanidad.

La Nueva Mujer es humana, primero, al final y siempre. Incidentalmente es hembra; como el hombre es macho. Como macho, él ha tenido su pequeña colaboración en el antiguo proceso físico de la reproducción; pero como criatura humana, ha hecho prácticamente todo en los nuevos procesos sociales que conforman la civilización.

Él ha sido macho… y humano. Ella ha sido hembra… y nada más. Así es en nuestra vieja concepción.

Al sostener esta idea —absurda, errónea y dañina en un grado extremo—, nos esforzamos por ponerla en práctica con nuestro comportamiento; y la historia humana hasta el momento es la historia de un mundo completamente masculino, compitiendo y peleando como les corresponde a los hombres, siempre buscando y atendiendo a las hembras como les corresponde a los hombres; ellos construyeron este, nuestro mundo, lo mejor que pudieron pero solos.

De ellos es el crédito —y la vergüenza— del mundo que nos antecede, del mundo que nos rodea; pero el mundo que viene tiene algo nuevo: la condición humana de la mujer.

Durante poco más de un siglo, hemos tomado cada vez más conciencia de un movimiento, un alzamiento y un reclamo entre las mujeres. La “mejor mitad” de la humanidad, largamente reprimida, ha comenzado a moverse, a empujar y a elevarse. Este movimiento de las mujeres es tan natural, tan beneficioso, tan irresistible como la llegada de la primavera; pero ha sido malinterpretado y rechazado desde el comienzo por la morrena glaciar de las viejas ideas, la fuerza inerte de la ignorancia pura y absoluta y de los prejuicios tan antiguos como Adán.

Al principio, las mujeres lucharon por un poco de libertad, por educación; luego por algo de igualdad ante la ley, por una justicia común; después, con mayor visión, lucharon para obtener los mismos derechos que los hombres en todos los ámbitos humanos; y como base esencial para esto, por el derecho al voto.

El sufragio femenino es solo uno de los aspectos del movimiento, pero es uno de los más importantes. La oposición al voto de las mujeres se funda únicamente en prejuicios sexuales, en sentimientos, no en la razón; en la oposición del mundo masculino; y en el individualismo también masculino. Psicológicamente, el macho es un individualista. Su papel en la naturaleza es distinguirse, para introducir nuevas características, y para luchar con denuedo contra sus rivales para ganarse el favor de las hembras. Un mundo de machos debe pelear.

Con una historia completa de combate de este tipo, con una masculinidad y una humanidad idénticas en la mente promedio, hay algo extraño, antinatural, incluso repulsivo, en el reclamo de la mujer por tener su parte en el armado y la gestión del mundo. En contra de esto, el hombre siempre esgrime la misma queja: que el progreso de la mujer irá en detrimento de su feminidad. Todo lo que él ve en la mujer es su sexo; y se opone a su avance sobre la base de que, por su “condición de mujer”, no está habilitada para tomar parte en un “mundo de hombres”, y que si lo hiciera, su “condición de mujer” se vería, aunque de modo misterioso, irremediablemente afectada.

Digamos que la mujer podría tomar parte en un “mundo de mujeres” —¡y ella tiene tanto derecho a tener su propio mundo como lo tiene el hombre!—; digamos que sin llegar al extremo opuesto, ella tiene derecho a la mitad del mundo, la mitad del trabajo, la mitad de las retribuciones, la mitad de los beneficios, ¡la mitad de la gloria!

A todo esto el macho individualista responde: —El mundo tiene que ser tal cual es. Es un lugar para pelear; pelear por la vida, pelear por el dinero. El trabajo es en general para los esclavos y la gente pobre. Nadie trabajaría si no fuera porque tiene que hacerlo. Ustedes son mujeres y no forman parte del mundo en absoluto. Su lugar es la casa; para tener y criar niños… y para cocinar.

¿Cuál es la postura hacia las mujeres de esta nueva filosofía que ve a la sociedad como una sola cosa, y lo más importante para considerar: que ve al mundo como un lugar abierto al cambio y la mejora incesantes; que busca el modo de cambiar y mejorar el mundo de manera tal que la mayoría de nuestros pecados y pesares insignificantes desaparezcan por completo a falta de causa?

Desde este punto de vista, hombres y mujeres se ubican en dos posiciones menores, ambas justas y apropiadas; útiles, bellas, esenciales para el florecimiento de la especie en la tierra. Desde este punto de vista, hombres y mujeres se elevan, juntos, de esa posición menor, a lo más alto de la condición humana, esa condición humana común que le es propia tanto a ella como a él. Al ver cómo la sociedad se constituye en la verdadera forma de vida y cómo nuestras vidas individuales crecen en gloria y poder cuando servimos a la sociedad y la desarrollamos, el movimiento de las mujeres cobra una importancia majestuosa. Es el avance de la mitad completa de la humanidad desde una posición de desarrollo limitado a una condición humana completa.

El mundo ya no se concibe como un campo de batalla, al que, es verdad, las mujeres no pertenecen; sino como un jardín, una escuela, una iglesia, un hogar, lugares a los que visiblemente las mujeres sí pertenecen. En la gran empresa de cultivar la tierra, hombres y mujeres tienen idéntico interés e idéntico poder. Igualdad no es identidad. Hay tareas de todo tipo y tenor —y la mitad le corresponden a la mujer—.

En la vasta labor de educar a la humanidad, hasta que nos entendamos entre todas las personas; hasta que los pensamientos y sentimientos necesarios para nuestro progreso fluyan con comodidad y claridad a través de la mente del mundo, las mujeres ocupan un lugar preeminente. Ellas son las maestras natas, en virtud de su maternidad, y del disfrute humano que esta genera.

En el potencial de la organización, que es esencial para nuestro progreso, tenemos una necesidad especial de mujeres; y su movimiento rápido y universal en este sentido es una de las pruebas más satisfactorias de nuestro avance. En todo tipo de arte, oficio y profesión, ellas tienen los mismos intereses, el mismo potencial. Privamos al mundo de la mitad de sus servicios cuando les negamos a las mujeres hacer su parte.

En la acción política directa, existen todos los motivos para que las mujeres voten, los mismos motivos de los hombres; y existen todos los motivos para la expansión del sufragio femenino en pos de la democracia. En tanto y en cuanto se requieran poderes especiales de gobierno, la madre es la autoridad natural, la administradora y ejecutiva natural. Las funciones del gobierno democrático se podrían compartir de manera sensata y segura entre hombres y mujeres.

Aquí se presenta con claridad nuestro posicionamiento más importante: la mejora del mundo está en nuestras manos; las mujeres están dando un paso al frente para ayudar a conseguirlo; las mujeres son seres humanos con todas las capacidades de los seres humanos; la democracia es la forma más elevada de gobierno —hasta el momento—; y el uso de las votaciones es esencial para la democracia; por lo tanto, ¡las mujeres deberían votar!

En contra de esta postura se erige la fortaleza tambaleante de la ultra masculinidad, alentada por un puñado insignificante de traidoras ineptas —esas criaturas con enaguas que también ven en la mujer nada más que su sexo—. Puede que, en algunos casos, sean sinceras en sus creencias; pero su sinceridad no da cuenta de su inteligencia. Están obsesionadas con esta idea dominante del sexo, claro está, debido al largo período de dominancia masculina —a nuestra cultura androcéntrica—. El macho naturalmente ve en la hembra sexo; primero, al final y siempre. Durante todos estos siglos, la mujer ha sido limitada al ejercicio de labores femeninas exclusivamente, con la única adición de la atención del hogar.

El sexo de la esposa y madre, el sexo de la criada, eso es ella para él; y nada más. La mujer no mira a los hombres bajo la misma luz. Debe considerarlos como criaturas humanas, porque ellos monopolizan las funciones humanas. No considera al maquinista y al conductor como hombres, sino como promotores de viaje; ¡la mujer no pellizca la mejilla del botones ni besa al camarero!

Mezclada inextricablemente con la mirada masculina está la mirada individualista, que ha visto al mundo por los tiempos de los tiempos como un espacio de lucha.

Ahora llega este gran cambio de nuestro tiempo, el advenimiento de la conciencia social. Aquí tenemos un mundo de combinación, de agrupamiento e interservicio ordenado. Aquí tenemos un mundo que ahora desperdicia su riqueza como si fuera agua —todo este derroche se puede salvar—. Aquí tenemos un mundo de guerra más que innecesaria. Detendremos esta contienda. Aquí tenemos un mundo de horrendas enfermedades. Las extinguiremos. Aquí tenemos un mundo de lo que llamamos “pecado” —casi todo producto de la ignorancia, la mala salud, la infelicidad, la injusticia—.

Cuando el mundo aprenda a cuidarse de manera decente; cuando no haya en él lugares sucios y funestos, con criaturas inocentes naciendo a diario, cada hora, en condiciones en las que inevitablemente se produce cierto porcentaje de criminalidad; cuando la inteligencia y la buena crianza que ahora distingue solo a algunas personas sea común para todas, ¡no oiremos hablar tanto de pecado!

Un mundo consciente en lo social, inteligente, valiente, con ansias de mejorar, que busca establecer un hábito de interservicio pacífico y provechoso —un mundo así no le teme a la mujer, y no cree que no sea apta para participar en sus alegres labores—. La nueva filosofía social le da la bienvenida al sufragio femenino.

Pero supongamos que no te identificas de ningún modo con el socialismo. Supongamos que aun eres una persona individualista, aunque sí crees en el voto para las mujeres. Aun así, simplemente desde el punto de vista de la mujer, se puede decir bastante para justificar la promesa de un nuevo mundo.

¿Qué hace a la paz y belleza del hogar? ¿A su orden, comodidad, felicidad? La mujer.

Su servicio es brindado, no alquilado. Su actitud es la de quien busca administrar un fondo común para el bien común. No hace que sus hijos compitan por la comida —no le da más al más fuerte ni permite que el más débil se quede en un rincón—. Solo en una situación de indefensión absoluta, bajo la influencia degradante de la pobreza extrema, la mujer recurre a explotar a sus hijos y consiente que trabajen antes de tiempo. Si ella, simplemente como mujer, simplemente como esposa y madre, diera un paso al frente para brindarle al mundo el mismo servicio que brinda en su hogar, sería en total beneficio del mundo.

Vayan y vean las leyes iniciadas o impulsadas por las mujeres en todos los países en los que votan y verán una línea continua de servicio social. No de interés personal, no de ganancias mercenarias, no de competencia, sino una presión constante de superación; el propósito visible de elevar y ayudar al mundo. Este mundo nos pertenece tanto como a los hombres. No solo tenemos derecho a manejar la mitad del mundo sino que tenemos la obligación de brindar la mitad de sus servicios. Es nuestra obligación como seres humanos ayudar a que el mundo mejore —¡urgente! —. Es nuestra obligación como mujeres hacer que nuestra maternidad conforte y ayude a la humanidad —¡como madres de todas las personas!—.

Fuente:

Perkins Gilman, Charlotte (1909-1910, 2024). La condición humana de la mujer (Trad. Cecilia de la Vega). En C. de la Vega (Comp.), Ser mujeres, ser personas: voces de mujeres que pelearon por sus derechos durante el fin de siècle en Estados Unidos e Inglaterra (segunda entrega), (pp. 68-80). Editorial Facultad de Lenguas, Universidad Nacional de Córdoba. Disponible en: https://editoriales.facultades.unc.edu.ar/index.php/edfl/catalog/book/66

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