Cecilia de la Vega

Ser mujeres, ser personas: voces de mujeres que pelearon por sus derechos durante el fin de siècle en Estados Unidos e Inglaterra (segunda entrega)

Compiladora: María Cecilia de la Vega

 Traductoras: Lorena BaudoValentina BustamanteEmilia del Valle ContrerasMariana de MadariagaEleonora González CapriaMariángel MauriMaría Cecilia de la Vega

La lucha por el derecho al voto de las mujeres en los Estados Unidos y Gran Bretaña comenzó a mediados del siglo XIX y se extendió hasta la segunda década del siglo XX, cuando por fin la mayoría de las mujeres pudieron expresarse en las urnas. La batalla librada a lo largo de tantas décadas para torcer lo establecido con respecto al sufragio tuvo distintos momentos. Las primeras manifestaciones de las activistas fueron discursivas. Todo hacía suponer que si se apelaba a la palabra, la reflexión y el sentido común, gobernantes y legisladores aceptarían la evidencia irrefutable que las voces femeninas exponían en sus discursos: las mujeres eran personas, y por ende, ciudadanas. Atendiendo a esta realidad, era lógico que las mujeres gozaran de todos los derechos que las leyes garantizaban a la ciudadanía. Sin embargo, aunque los discursos eran sólidos, y las reuniones en las que se debatía la necesidad de obtener el sufragio para las mujeres se multiplicaban por todo el mundo, nada parecía cambiar. Con el correr de los años, se hizo evidente que la lucha requeriría más que fundamentaciones lógicas y buena retórica. Las mujeres comenzaron a tomar las calles, a irrumpir en los espacios que les estaban vedados y a hacerse oír, a como diera lugar.
En los Estados Unidos, la causa del voto femenino se vinculó con la causa de la abolición de la esclavitud. Las mujeres y las personas negras tenían objetivos comunes: ser libres y ampliar sus derechos y su participación en la vida pública e institucional. Muchas sufragistas abrazaron ambas causas —el voto femenino y el abolicionismo— con idéntico fervor. Las activistas, blancas y negras, desempeñaron un rol importante durante la guerra de Secesión y, cuando la afrenta terminó y se aprobó la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, que abolió oficialmente la esclavitud, la mayoría de las sufragistas festejaron la victoria junto con la comunidad negra. Sin embargo, cuando en 1868 se aprobó la Decimocuarta Enmienda, que concedió el voto a los hombres negros libertos pero no consideró las demandas de las mujeres, las sufragistas se sintieron, además de excluidas, traicionadas; y se produjo una división entre los distintos movimientos. Una fracción muy importante de sufragistas se dedicó de lleno a pelear por los derechos de las mujeres y se apartó de la causa de las personas negras. Las posturas cada vez más radicales adoptadas por las activistas, sus reclamos cada vez más enardecidos, obligaron al gobierno y a los legisladores a revisar sus ideas y a escuchar. La lucha sostenida de las mujeres y el final de la Primera Guerra Mundial, que demostró de todo lo que eran capaces las mujeres ante la ausencia de los hombres, fueron decisivas para las norteamericanas. Para 1920, la totalidad de los Estados de la Unión habían concedido el voto a todas las mujeres mayores de 21 años.
En las islas británicas, las acciones de las activistas más radicales, las suffragettes como las llamaron, cambiaron las dinámicas de los reclamos por el sufragio, y también las consecuencias. Las cárceles comenzaron a llenarse de “alborotadoras” que exigían ser tratadas como presas políticas y no como delincuentes comunes. Esposas, hijas, incluso abuelas, de todas las condiciones sociales, desde las amas de casa y trabajadoras con escasos recursos hasta las damas más acomodadas e instruidas de las altas esferas, eran encarceladas a raíz de los desmanes y revueltas que se producían entre activistas y uniformados en las manifestaciones pro sufragio. Las huelgas de hambre sostenidas por las reclusas y las prácticas de alimentación forzada impuestas por las autoridades marcaron un punto de inflexión en la contienda. El quiebre final se produjo durante la Primera Guerra Mundial, cuando, ante la evidencia de los hechos, las mujeres demostraron que tenían las condiciones necesarias para ocupar los lugares que los hombres habían dejado en campos, fábricas e instituciones al partir a la guerra. En 1918, las mujeres mayores de 30 años de Gran Bretaña pudieron por primera vez ejercer su derecho al voto. Diez años después, todas las mujeres mayores de 21 años estaban habilitadas para sufragar.
Este segundo volumen de Ser mujeres, ser personas recopila discursos emblemáticos de activistas estadounidenses y británicas que reflejan las distintas etapas que fue atravesando la lucha por el voto de las mujeres a ambos lados del Atlántico. La compilación se inicia con el célebre discurso Las mujeres ¿son personas?, pronunciado por la estadounidense Susan B. Anthony —histórica luchadora por los derechos de las mujeres—, luego de que fuera imputada por votar en las elecciones presidenciales de 1872. Con una lógica irrebatible, Anthony demuestra lo obvio: que las mujeres son personas y que, por lo tanto, sus derechos están contemplados en la Constitución de los Estados Unidos, que vela por el bienestar de toda la ciudadanía. De este modo, alegando que se encuentra amparada por la Constitución, Anthony justifica su decisión de participar en los comicios y convierte su detención en una oportunidad para exponer la necesidad imperiosa de que se apruebe el voto femenino.
Los dos discursos que siguen, ¿No soy una mujer? y Tengo derecho a tener tanto como un hombre, pertenecen a la activista negra Sojourner Truth, que nació y creció siendo esclava y vivió las mayores penurias como mujer y como madre. Luego de obtener su libertad, Truth dedicó su vida a luchar por la abolición de la esclavitud y por los derechos de las mujeres, que en el caso de las mujeres negras, afirmaba, sufrían una condena doble por su sexo y, además, por el color de su piel. Dotada de una personalidad excepcional, esta mujer, analfabeta y sin fortuna personal, recorrió el país predicando sus discursos de igualdad con grandes dotes de líder y oradora, y se granjeó el reconocimiento y apoyo de personalidades muy destacadas de la época.
El discurso Qué significa ser una persona de color en la capital de los Estados Unidos, de otra activista negra muy importante, Mary Church Terrell, agrega una perspectiva adicional a la causa de las mujeres negras. Church Terrel, por la condición económica acomodada de su familia, tuvo la oportunidad de moverse, hasta cierto punto, en un mundo de blancos, y de recibir una educación privilegiada —la misma que recibían los hombres— que luego ella, a lo largo de su vida, se encargó de acrecentar. La discriminación, que siempre estuvo presente en sus experiencias —más allá de sus posibilidades y preparación—, forjó el carácter de esta incansable activista, y les imprimió sentido a sus luchas por ampliar los derechos de las personas negras, en especial, de las mujeres.
El discurso que sigue, La mujer verdadera, fue pronunciado por la eminente activista estadounidense Elizabeth Cady Stanton, en el marco del cuadragésimo aniversario del primer reclamo realizado por las mujeres en pos de obtener el voto. Cady Stanton, una de las primeras sufragistas de la historia, enumera los logros obtenidos por las mujeres a lo largo de cuatro décadas y también las numerosas dificultades enfrentadas, y hace un llamado a las nuevas generaciones para que no abandonen la lucha y persistan hasta superar todas las barreras impuestas a las mujeres y obtener el voto, que augura les permitirá posicionarse como las mujeres verdaderas que la época demanda.
La condición humana de la mujer es un discurso que la escritora y activista Charlotte Perkins Gilman pronunció varias veces en las ciudades de Nueva York y Nueva Jersey, entre 1909 y 1910, y que después publicó en The Forerunner, una revista propia, cuyos textos bregaban por los derechos civiles y económicos de las mujeres. Perkins Gilman fue, en sí misma, un ejemplo de la new woman de principios del siglo XX. Como la mujer independiente que era, una librepensadora de ideas controvertidas, la autora ofrece en su discurso un análisis filosófico de lo que consideraba eran la naturaleza masculina y la naturaleza femenina. En su texto, brinda fundamentos para enaltecer la figura de las mujeres y para probar su valía en todos los ámbitos de la vida, en una postura que hoy podría considerarse claramente feminista.
Los últimos dos discursos que dan cierre a la compilación, Las leyes que dictaron los hombres y Las prisioneras de Bow Street, pertenecen a la activista británica Emmeline Pankhurst, referente indiscutida en la lucha por los derechos de las mujeres. En estos textos, Pankhurst expone las tensiones de la última década de lucha en Gran Bretaña. La determinación de las mujeres por ser dueñas de sus destinos, su hartazgo ante una existencia subordinada a los hombres, el desconcierto y la resistencia de las autoridades frente a los reclamos, todo esto se puede advertir en las potentes palabras de Pankhurst, que quedaron plasmadas en la historia como testimonio certero de lo que significó para las mujeres recorrer el largo camino hasta obtener el sufragio.

Fuente:

de la Vega, M. Cecilia (Comp.) (2024). Introducción. Ser mujeres, ser personas : voces de mujeres que pelearon por sus derechos durante el fin de siècle en Estados Unidos e Inglaterra (segunda entrega), (pp. 6-11). Editorial Facultad de Lenguas, Universidad Nacional de Córdoba. Disponible en: https://editoriales.facultades.unc.edu.ar/index.php/edfl/catalog/book/66

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